sábado, 1 de febrero de 2014




Se le cae el chupete, grita y lo levanta. Le gusta ponérselo al revés, morder el 
acrílico. Los dientes lo están volviendo loco. Me pide ayuda para que abra la tapa de una computadora-perrito que juega en francés. Toca todos los botones (parece que será zurdo). Brille et brille petite étoile... Ahí se queda quieto, escucha, sonríe triunfante: era eso lo que quería.

Baja la tapa, muerde las orejas del perro, golpea la tapa cerrada, gruñe. Se la vuelvo a abrir. Tira el chupete, le quedó lejos, se estira para alcanzarlo. Todavía no sabe que en breve podrá reptar. No se lo alcanzo. Se ofusca, se estira, no llega. Me mira y grita. Al fin se estira, hace una pinza con sus dedos y se lo lleva a la boca. Otro triunfo. 

Lo que sigue es un avioncito que al tirar de la cuerda sale música. Le gusta revolearlo, se queja cuando termina la música y él no puede estirar el cordel. Tiro, vuelve a sonar la canción. Se le hacen tres hoyuelos cuando se ríe: uno en la mejilla izquierda, otro en el cachete derecho. 
Otro cerca de la boca. El de la mejilla derecha es igual al mío. 

Deja el chupete, se mira el aplique de su remera que dice "wild". Me mira escribir en la computadora, suspira. Ahora se chupa el dedo índice con el chupete en la mano y sonríe pícaro. Busca entre sus juguetes y la próxima víctima es una tortuga de peluche con cascabel. 

Abre grande la boca, la muerde con ganas. Sabe lo que quiere. Tiene 6 meses y sabe perfectamente lo que quiere. 

martes, 26 de noviembre de 2013

Hoy


A veces todo lo que necesito es escribir un rato. La locura, la saturación, el dolor de cintura, las ideas que se pegotean porque se entrechocan de la poca ventilación. 
Respiro hondo, hago algunos ejercicios de estiramiento. Me lo tomo con calma. Lo bueno de las ideas rotas es que no me interesan demasiado y van al papel sin mayor cuidado. Sólo quiero que salgan de mí, como quiera que sean. Cuando esoy así no me interesa ser una linda imagen de mí misma. No me interesa regodearme, sólo quiero salir y no verme más enroscada.

Abro en la página donde quedé, no me interesa opinar sobre lo que está escrito, no quiero la vanidad de lo que opino de mí misma. Hoy estoy cansada de mí y necesito olvidarme por un rato de las mismas críticas.
No sigo una pauta, no proyecto futuros sobre lo que escribo. Lo escribo y punto. No me importan cuántas páginas logro, cuántas faltan, qué pasará después.
Escribo.
Y me siento un poco mejor.

domingo, 7 de julio de 2013

viernes, 3 de mayo de 2013

Con el inconsciente al aire


Hoy caí en la cuenta de que mi inconsciente es Alice in Wonderland. Mezcla de fantástico con creepy y a la vez femenino e infantil. Muchas veces me pregunté si eso cambiaría con los años y al parecer, no. Mis sueños siempre tienen algo de esa cuota. 
Por ejemplo, ayer, sonié con un bichito multicolor que se quería quedar a vivir en mi casa y yo lo mandaba a volar desde el balcón. En el medio, el bicho me trataba de negociar "casa y comida" "un lugarcito entre el pinito y el aloe" y yo dudaba. Me trabajaba la culpa entre suspiritos, pero finalmente yo le decía que no, que se tenía que ir aunque me daba una pena tremenda.

Me pregunto si los demás inconscientes también tendrán una especie de personalidad. Sería lindo reunir a los inconscientes de mis amigos en un cocktail. Me imagino las charlas: uno con cabeza de tomate y cuerpo de Bob Esponja con anteojos de Sorrouille le dice a otro que siempre anda para todos lados con una sombrilla: "los bichos usan copyright," en un intento absolutamente fallido de hablar de clonación. 
Habría una cierta lógica hudiza, pero sería el oído lo que en realidad motorizaría la acción. Porque de clonación sale clonazepán y cloaca y se van todos a buscar un baño y en el medio se olvidan de lo que fueron a hacer y aparecen en una  terraza tratando de razonar con un bicho bolita.

A veces me gustaría tener a mi inconsciente frente a frente. Sería imposible un diálogo, porque yo le preguntaría: por qué me complicás tanto entender los sueños y ella me diría "cactus es ajedrez" mientras se come un dentifrico. Estaríamos así hasta el infinito: yo tratando de entender, ella divertidísima bailando alrededor de unas luces de Navidad.


jueves, 14 de marzo de 2013




Tengo una relación sadomasoquista con mi google reader. 
Y como toda relación perversa, empezó sin darme cuenta. Al principio el servicio me pareció inútil. Después pensé que me estaba perdiendo de algo y así empecé. Al principio era mirarlo por encima, apretar "marcar todos como no leídos" y ya.

Pero con el tiempo y un poco de embole un día empecé a leer salteadamente algunas cosas. Feeds totalmente inútiles, hasta que ya no podía vivir sin entrar a leer, irme de vacaciones sin entrar a ver qué se ponía la flaca que graba videos para decirte qué ponerte. Después empecé a no soportar que se me acumularan los feeds y me resultó imposible dejar de leer cómo hacer un conejo relleno de paella valenciana, cómo fabricar velas horrendas, combatir la alopecia y programar HTML5.

Miro casas con decoraciones de interiores megalómanas, do it yourself cada vez más reventados, consejos para hacerme rica, rankear bien en klout y que mi jefe (que no tengo) me quiera.

Ahora resulta que el Google Reader se jubila el 1 de julio y estoy muerta de angustia. tal vez podría usar todo ese tiempo inútil en otra cosa, pero en lo único que pienso es en cómo reemplazar el reader por otro feed.



martes, 12 de marzo de 2013

Strangelove





El amor fraternal es raro. El talón de Aquiles de este vínculo parecería ser la traición y muchas veces lo es, pero lo cierto es que no todos los vínculos de hermanos sufren de esa debilidad. 

Sí, en todos los casos, la relación es por lo menos compleja: no es amistad, ni una relación entre colegas, no hay trascendencia conjunta, ni proyectos que sostengan el largo plazo, el Edipo es relativo, en general hay toneladas de celos y lo único que verdaderamente hay en común es la infancia. 

Muchas veces los celos se aceptan y no son un obstáculo porque prevalece la lealtad y el amor. Pero el vínculo tiene dos enemigos: no es incondicional como el amor de padres a hijos y eso impide que se sostenga unilateralmente.
Lo segundo es el tiempo. O, mejor dicho, la suposición de que el tiempo no puede afectar algo tan verdadero como el amor y la infancia. 
Es cierto: el tiempo no puede corromper algo sólido, pero sí corroer hasta que un día nos damos cuenta de que la infancia es ese lugar imposible adonde volver.


lunes, 10 de diciembre de 2012

Octubre rojo


El otro día me llamó la atención que estuvieran podando los árboles en pleno octubre, porque, según dicen, la poda sucede en los meses que empiezan con "M". 

Si no puede pasar lo que una vez me contaron: resulta que un chico le regaló una planta a su chica. Se separaron, esas cosas que pasan. Y la planta casi se muere de tristeza. Y ella también porque veía la planta cada vez más oxidada, con menos hojas, raquítica. Entonces una noche fue y podó a ver si se curaba. No podía ver cómo los tallos se ponían color ceniza.

Pasaron los días, pero la planta siguió igual. Ella regaba de puro obstinada, hasta que un día surgió un brotecito verde. De a poco, como una especie de musgo enredado, todo se puso verde: hojas nuevas, tallos cada vez más fuertes, raíces en el fondo de la maceta y puntitos rojos  en la punta de las hojas. 
Sólo faltaban las flores que esperaba que fueran muy rojas, espesas y brillantes, como las del vivero de la esquina de su casa.

Las flores aparecieron una mañana de lluvia y no eran como las del vivero, a pesar de que era la misma especie. No crecieron de a poco, sino que estallaron de golpe, rojas, con fragancia animal, rebordes dentados y una línea que dividía a la flor cerrada en dos. De costado, se podía ver que las flores dibujaban un ángulo cerca del tallo, como una mandíbula. Los estambres eran como periscopios que brillaban de noche y toda la planta se volvía una estrella roja. 

Cuando ella se acercaba a regar, la planta parecía estremecerse, doblar el tallo cuando le daba la espalda para ocuparse de las otras macetas. Doblaba las hojas y las flores se torcían como si ella que regaba su balcón fuera un sol de noche. 

Y habrá sido el viento o la tormenta inesperada lo que tiró a todas las macetas que una mañana quedaron apiladas contra un rincón, semi mustias. 
Con cada tormenta, la planta de flores rojas se volvía cada vez más gruesa y carnosa, imbatible hasta para las hormigas que hace tiempo ya no aparecían por ahí.

Un día, de la nada, la maceta se materializó al lado de su cama. Tal vez la había traído dormida para protegerla del viento. Las raíces sobresalían de la maceta, rugosas y al llevarla de regreso al balcón vio un camino de migas de tierra y el vidrio roto. La tormenta o alguien había tirado una piedra.

Un poco asustada dejó la planta el el balcón y fue hasta la cocina a preparase un té. Y mientras ponía el agua, ahí, detrás suyo, la planta de flores rojas la esperaba de pie a que ella se acercara un poquito más.